Reflexión cristiana | Cuando confié en Dios, mi hijo en peligro de muerte sobrevivió
En la primavera de 2015, Wang Min salió un día de casa para hacer algunos recados y al regresar, encontró a su hijo Linlin sentado en su cama con un aspecto muy pálido. Se sostenía el estómago con ambas manos y vomitaba sin parar. Wang Min se apresuró y le preguntó: “Linlin, ¿qué te pasa?” Linlin respondió en voz baja: “Mamá, me duele mucho el estómago”. Wang Min le frotó el estómago y dijo: “¿Te resfriaste anoche o comiste algo y te cayó mal?” Mientras decía esto, buscó en un cajón, encontró un medicamento para el estómago y se lo dio a Linlin. Pensó para sus adentros: “Mi hijo de veinticinco años no está tan delicado, y pronto estará mejor cuando tome algunos medicamentos”. Inesperadamente, sin embargo, el dolor de estómago de Linlin no mejoró, sino que empeoró cada vez más. Tenía tanto dolor que toda su cabeza estaba cubierta de sudor y seguía gritando: “¡Mamá, me duele mucho!” Wang Min llamó al médico de la aldea.
Cuando el médico llegó, le dio a Linlin un medicamento y le puso un gotero para tratar el dolor de estómago. Pero esa medianoche, Linlin seguía vomitando y tenía diarrea, y el sudor de su cabeza le corría por las mejillas y la espalda. Linlin se arrodilló en su cama sin dejar de vomitar, con tanto dolor que lloraba a gritos. Ver a su hijo así hizo que Wang Min se sintiera increíblemente ansiosa, y pensó: “Esto no es una enfermedad estomacal común. ¿Podría ser una gastritis aguda?” Al ver que condición de su hijo era cada vez más seria, Wang Min se apresuró a buscar a su hermana mayor y a su cuñado, y juntos llevaron a Linlin al hospital tan rápido como pudieron.
Cuando se está en una situación desesperada, uno solo tiene un camino a seguir al confiar en Dios
Cuando llegaron al hospital, ya eran más de las siete de la mañana. Era un domingo y había muchos pacientes allí, y todos hacían fila para esperar su turno. Linlin estaba agazapado en un rincón, vomitando continuamente, sin poder hablar siquiera. Al ver a su hijo así, Wang Min se sintió muy angustiada, como si un cuchillo le apuñalara el corazón, y esperó que la fila se moviera rápidamente para que un médico pudiera ver a su hijo, pero al ver a tanta gente, no sabía cuándo llegarían al frente de la fila. Wang Min estaba increíblemente ansiosa y no sabía qué hacer. Todo lo que pudo hacer fue llamar silenciosamente a Dios en su corazón: “Oh Dios, al ver a mi hijo con una enfermedad tan grave y con tanto dolor, siento mucha angustia y no sé qué hacer para mejorar la situación. Tampoco sé cuándo llegaremos al frente de la fila. ¡Oh Dios, por favor abre un camino para mí!”
En ese momento, alguien en la multitud vio que Linlin estaba terriblemente enfermo y les dijo a los otros pacientes: “No estamos tan enfermos como este joven. ¡Dejemos que lo vean primero!” Al escuchar esto, todos abrieron paso, y Wang Min dijo varias veces: “¡Gracias a todos!” Se sintió increíblemente conmovida en ese instante, porque había visto las obras de Dios. Siguió agradeciendo a Dios en su corazón y pensó en las palabras de Dios: “Independientemente de si crees esto o no, cualquiera de todas las cosas, vivas o muertas, cambiarán, se moverán, se renovarán y desaparecerán de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios gobierna sobre todas las cosas”. “Sí”, pensó ella, “Todas las cosas son creadas por Dios, y Él las gobierna y las arregla todas”. Esta escena, que había transcurrido justo ahora en el hospital, parecía ser simplemente buenas intenciones de la gente, pero en realidad eran la soberanía y los arreglos de Dios obrando”. Desde el fondo de su corazón, ¡Wang Min agradeció a Dios por haber abierto un camino para ella!
Wang Min le pidió rápidamente a su cuñado que llevara a Linlin a la enfermería. Después de que el médico examinó a Linlin y realizó algunas pruebas, le dijo en tono muy serio a Wang Min: “Su hijo está muy enfermo”. Tiene pancreatitis aguda. Ha acumulado líquidos en el pecho y el abdomen; su ritmo cardíaco es mucho más rápido de lo normal y está en constante peligro de perder su vida. Déjelo quedarse aquí bajo observación. Además, usted debería pensar en hacer preparativos. Lo mantendremos aquí bajo observación durante veinticuatro horas, y si su situación mejora en este tiempo, entonces hay esperanza de que recupere su salud. Si no hay mejoría, deberá ser trasladado a otro hospital. Con este tipo de enfermedad, la necrosis del páncreas es altamente probable, y eso no es algo fácil de tratar, sin importar cuánto dinero gaste...” Al escuchar al médico decir esto, Wang Min sintió que su cabeza había sido golpeada por un martillo, y escuchó un zumbido constante en los oídos. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas, y se dijo a sí misma: “¿Cómo pudo mi hijo contraer una enfermedad tan repentinamente?” En ese momento, ella pensó que su hijo acababa de cumplir apenas veinticinco años, y que había llevado una vida pobre de estudiante por más de diez años antes de encontrar finalmente un buen trabajo. Los días felices acababan de comenzar para él. Pero ahora, había contraído súbitamente una enfermedad muy grave, y si algo malo le pasaba, ¿qué haría ella? En ese instante, Wang Min sintió que toda esperanza había desaparecido.
Y entonces, Wang Min llamó a Dios: “¡Oh Dios! Mi hijo ha contraído una enfermedad grave y no sé qué hacer para mejorar su situación. Me siento muy débil y deprimida, y sumamente indefensa. ¡Oh Dios! Si mi hijo no puede curarse, no sé si podré seguir adelante. Por favor, dame fe y fortaleza”. Luego, las siguientes palabras de Dios acudieron a su mente: “No debes tener miedo de esto o aquello. No importa cuántas dificultades y peligros enfrentes, permanecerás firme delante de Mí; […] ¡Yo soy tu roca fuerte, confía en Mí!”. “¡Dios Todopoderoso es un médico lleno de poder! Vivir en la enfermedad es estar enfermo, pero habitar en el espíritu es estar bien. Si aún tienes aunque sea un aliento de vida, Dios no te dejará morir”. Las palabras de Dios aumentaron cien veces la fe de Wang Min, su corazón se apaciguó y ella sintió que tenía un apoyo. “Sí, efectivamente”, pensó ella. “¡Dios es mi apoyo! Dios es el Dios verdadero y todopoderoso, y Él es el médico todopoderoso. ¿Por qué no estoy confiando en Dios ni buscándolo? Recordando aquellos primeros días, Lázaro ya llevaba cuatro días muerto y su cuerpo había empezado a pudrirse. Pero bastó una palabra de Dios para que saliera de su tumba: ¡este era el gran poder de Dios! Dios controla la vida y la muerte del hombre, y Él controla la vida de Linlin. Si Dios no permite que Linlin muera, entonces él no morirá mientras le quede un suspiro”.
Pensando en esto, Wang Min caminó hacia Linlin y tomó la mano de su hijo. Le dijo con voz suave: “La enfermedad ha caído sobre nosotros, pero no debemos malinterpretar y culpar a Dios”. Para bien o para mal, está en las manos de Dios. Tanto tú como yo creemos en Dios, y tenemos que confiar en Dios e invocar a Dios con nuestros corazones”. Al escuchar esto, Linlin asintió suavemente con la cabeza. Wang Min le suplicó a Dios con su corazón, le pidió que protegiera su corazón para poder someterse a Sus orquestaciones y arreglos, y deseó confiarle completamente la vida y la muerte de su hijo a Dios. En ese momento, su corazón ya no se sentía tan triste.
En medio de la desesperación, Dios es nuestro respaldo sólido
Después de completar los trámites para la admisión de Linlin en el hospital, le arreglaron una cama y una enfermera fue a colocarle un dispositivo intravenoso. Ella le dijo a Wang Min: “Su hijo no debe comer ni beber nada durante siete días”. Después de que la enfermera se fue, el médico de cabecera se acercó y le dijo inesperadamente a Wang Min: “He consultado con un especialista y actualmente su hijo se encuentra en peligro constante de perder su vida. En este hospital hemos perdido a muchas personas con la misma enfermedad de su hijo. Sólo podemos mantenerlo en observación durante una noche y esperar un milagro. Si mejora o no es algo que depende de su suerte...”
Cuando el médico terminó de hablar, Wang Min se sintió muy débil y extremadamente afligida. Al pensar que su hijo podía fallecer en cualquier momento, las lágrimas brotaron copiosamente de sus ojos, y sintió sus piernas tan temblorosas que no pudo caminar. Cuando llegó al pabellón para visitar a su hijo, vio todo su cuerpo lleno de tubos y su rostro tan blanco como una sábana. Parecía como si estuviera respirando su último aliento y tenía los ojos completamente cerrados. Wang Min sintió que el dolor apuñalaba su corazón, corrió al baño y rompió a llorar. Las palabras que el doctor le había dicho resonaron en sus oídos: “Hemos perdido a muchas personas con la misma enfermedad que su hijo...”.
Mientras más pensó en esto, más miedo sintió, como si la muerte estuviera acechando a su hijo. Una vez más, llamó a Dios en oración: “¡Oh Dios! Me siento muy indefensa y asustada, y no podré soportar el golpe de perder a mi hijo. Realmente no sé cómo enfrentarlo todo. Te pido que protejas mi corazón para que yo no te abandone. Guíame y dame fe”. Después de orar, Wang Min pensó en las palabras de Dios: “¿A quién en toda la humanidad no cuidan los ojos del Todopoderoso? ¿Quién no vive en medio de la predestinación del Todopoderoso? ¿El nacimiento y la muerte de quién vienen de sus propias elecciones? ¿Controla el hombre su propio destino?” “¡Sí! ¡Todas las criaturas grandes y pequeñas en todo el universo, y la vida y muerte de la humanidad, están todas en manos de Dios! Solo Dios es el Soberano todopoderoso que controla la vida y la muerte del hombre. Dios le dio vida a mi hijo, así que, si sobrevive o no, y el poder de decidir entre la vida y la muerte, no está en manos de los médicos, y mucho menos depende de mí, sino que depende de la predestinación, las orquestaciones y los arreglos de Dios. Pensando en aquellos primeros días, Job perdió una montaña de ovejas y ganado, y toda su propiedad y riquezas, y también a sus hijos. Pero Job sabía que todo lo que él había poseído le había sido concedido por Dios, y sabía que debía someterse tanto cuando Dios da como cuando Él quita. Job reverenciaba a Dios en su corazón y, cuando se enfrentó a una prueba tan grande, no culpó a Dios ni lo abandonó, sino que alabó a Dios desde el fondo de su corazón, diciendo: ‘Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo tornaré allá. Jehová dió, y Jehová quitó: sea el nombre de Jehová bendito’ (Job 1:21). Aunque no puedo compararme con Job de ninguna manera, y ante el hecho de que la vida de mi hijo pende de un hilo, quiero emular a Job y someterme a los arreglos de Dios”. Cuando Wang Min pensó de esta manera, el dolor en su corazón se redujo enormemente...
Dios concede milagros a los devotos
Wang Min permaneció despierta toda la noche y no cerró los ojos ni una sola vez en veinticuatro horas, hasta las cinco o seis de la mañana siguiente. En ese momento, el médico entró alegremente en la sala y le dijo a Wang Min: “El ritmo cardíaco de su hijo se ha estabilizado y su salud ha comenzado a mejorar. Ya no hay de qué preocuparse. ¡Para ser honesto, realmente esto es un milagro! Entre los que murieron en este hospital con la misma enfermedad que su hijo, su condición no era tan grave como la de su hijo cuando llegaron aquí, y los tratamos con los mismos medicamentos con los que tratamos a su hijo, pero ninguno de ellos mejoró. Pensé que su hijo estaba tan enfermo que no había esperanzas de que se recuperara porque, aparte de su próstata, todos sus otros órganos estaban afectados. Realmente ha escapado de la muerte y debe ser muy afortunado. ¡Ha ido al infierno y ha vuelto, pero usted puede estar tranquila ahora!” Wang Min escuchó al doctor decir esto y estaba tan feliz que las lágrimas llenaron sus ojos. Siguió agradeciendo a Dios en su corazón, porque sabía que todo esto era la protección de Dios. Tal como dicen las palabras de Dios: “¡Dios Todopoderoso es un médico lleno de poder! […] Si aún tienes aunque sea un aliento de vida, Dios no te dejará morir”. ¡Que su hijo hubiera podido sobrevivir se debió enteramente a la gracia de Dios!
Entonces, el hijo de Wang Min abrió los ojos y estiró ambas manos. Acercó a su madre con una, le limpió las lágrimas de la cara con la otra, y le dijo con dulzura: “Mamá, gracias a la protección de Dios, me siento mucho mejor. No te preocupes”. Y ella le dijo a su hijo: “Estoy muy feliz. Te estás recuperando porque Dios te salvó. ¡Demos gracias a Dios!” Él asintió.
Al día siguiente, una paciente de poco más de treinta años fue trasladada al otro lado de Linlin, y desde el momento en que entró en la habitación, no dejó de llorar. Wang Min escuchó después que la mujer tenía la misma enfermedad de Linlin, pero vio que su situación era mucho menos grave que la de él. Sin embargo, unos días después, estuvo cerca de morir. Su familia imploró a los médicos, diciendo que pagarían cualquier costo siempre y cuando su nuera pudiera ser salvada. Al final, sin embargo, y después de trasladarla al hospital provincial y gastar más de 100 mil yuanes, no pudieron salvar su vida.
Wang Min pensó en esta paciente: ella había contraído la misma enfermedad que su hijo, le habían dado los mismos medicamentos y su familia era rica. Pero ninguna cantidad de dinero podía haberle salvado la vida, mientras que, con la protección de Dios, su hijo ya estaba fuera de peligro. En ese momento, Wang Min llegó a apreciar profundamente el amor y el cuidado de Dios por ellos, y en su corazón, agradeció silenciosamente a Dios por Su protección.
Su hijo se recupera bajo la guía de Dios
El hijo de Wang Min permaneció en el hospital durante dos semanas y recuperó sus fuerzas gradualmente. También comenzó a levantarse de la cama y a caminar, y pudo comer normalmente otra vez. Al ver a su hijo recuperando su salud gradualmente día a día, una sonrisa finalmente brilló en el rostro de Wang Min. ¡Que su hijo pudiera escapar de la muerte y recuperarse tan rápido se debió enteramente a la gracia de Dios! Después de dos semanas, el médico le dijo a Wang Min que podía llevar a su hijo a casa. Ese día, el clima era inusualmente espléndido, y un sol rojo y ardiente brillaba en el cielo. Wang Min y su hijo salieron del hospital y tomaron el autobús de regreso a casa.
De camino a su hogar, Wang Min llegó a apreciar profundamente que el hecho de que alguien viviera o muriera no dependía de los médicos, y que la vida de alguien no podía salvarse ni con dinero ni con afecto; Dios tenía la última palabra sobre la vida y la muerte, ¡y solo Dios era el apoyo del hombre! Al recordar cada vez que el médico le dictó una “sentencia de muerte” a su hijo, fueron las palabras de Dios las que le habían dado a Wang Min fe y valor una y otra vez, le permitieron enfrentar con firmeza la enfermedad de su hijo, y el dolor desapareció de su corazón. A partir de estos eventos, Wang Min vio la autoridad y el poder del Creador, y llegó a creer firmemente que, sin importar lo que sucediera, siempre y cuando alguien confiara sinceramente en Dios y lo buscara, entonces Dios le concedería su dirección, liderazgo y protección, y uno podría entonces ser testigo de las maravillas de Dios. Que toda la gloria sea para Dios.
Fuente: Evangelio de la Fuente de la Vida
Recomendación: Reflexiones Cristianas